La lluvia golpeaba con suavidad los cristales del ventanal, pero dentro de aquella suite no había lugar para la calma. Las luces estaban bajas, la habitación impregnada de un aroma especiado y cálido, como si todo el aire hubiese sido invocado por un deseo antiguo.
Aurora estaba de espaldas al espejo, ajustando el tirante de una lencería negra con encaje francés. Su piel era una provocación constante. La melena dorada caía en ondas desordenadas por su espalda. Sabía que Akiro la observaba desde el borde de la cama, donde estaba sentado sin camisa, con el pantalón desabrochado y una copa de vino en la mano.
—¿Vas a mirarme así toda la noche o vas a hacer algo al respecto? —dijo ella, sin darse la vuelta. Akiro bebió un sorbo. Sus ojos oscuros brillaban con esa mezcla peligrosa de lujuria e inteligencia.
—A veces, observar es más poderoso que tocar —respondió con voz grave—. Pero contigo… siempre termino cayendo. —Ella giró lentamente. Se acercó como una pantera herida pero peligrosa, c