El sol del mediodía se filtraba a través de las hojas de las palmas datileras, proyectando sombras danzantes sobre las alfombras tejidas que cubrían la arena. Una carpa tradicional había sido montada en medio del oasis, adornada con cojines de terciopelo, faroles tallados a mano y bandejas de plata con frutos secos, dulces y jarras de agua de rosas. La brisa caliente olía a azafrán, café recién hecho y tierra viva.
Zayd llegó primero, vestido con una thobe blanca impecable, sin capa ni corona, como si ese día no fuera un príncipe, sino solo un hombre. Le sonrió a Mariam cuando la vio llegar acompañada por su abuelo.
Ella llevaba un vestido tradicional en tonos crema con detalles dorados. Su cabello estaba cubierto con un pañuelo de seda sujeto por una delicada cadena dorada. Se veía sencilla, serena, bella como una promesa.
—Estás hermosa —le dijo Zayd al acercarse, con esa voz suya que siempre parecía esconder una nota de ternura no dicha.
—Y tú demasiado formal para un pasadía —resp