El amor no tiene edad
El amor no tiene edad
Por: Sony Lu
Mi amiga y yo

Me dirigí a la habitación para ponerme ropa cómoda y fresca para pasar la noche. Encendí la luz tenue y empecé a prepararme para mi merecido momento de relax. Me deslice en las prendas: un conjunto de shorts y camiseta suelta, suaves como el algodón. El shorts, en tono pastel, se ajustaba cómodamente a mis glúteos, haciendo notar la firmeza que aun mantenían a pesar de mi edad, mientras que la camiseta, de un rosa suave, caía sobre mi cuerpo con una gratificante holgura.

 Una vez elegida la ropa, regresé al salón donde ya había preparado un tazón grande de palomitas de maíz, mi tentación preferida para una noche de películas. 

Disfrutaba del silencio, sentía una sensación de tranquilidad en la casa mientras mis hijos dormían profundamente. Sabía que mi esposo había salido con sus amigos a tomar unos tragos, lo que me otorgaba un tiempo para relajarme y disfrutar de un momento de paz conmigo misma. Podía escuchar el tic-tac del reloj en la pared y el viento suave acariciando las hojas de los árboles afuera, lo cual volvía la sensación más acogedora y cálida.

Me acurruqué en el sofá con una manta y seleccioné cuidadosamente varias de las películas que había estado esperando para ver. A medida que comenzó la primera película, me sentí agradecida por el merecido descanso.

Me encontraba en pleno disfrute, con el tazón de palomitas de maíz posado sobre el regazo; de momento, la tensión en la pantalla comenzó a subir a medida que se acercaba una de mis escenas románticas favoritas; justo cuando el personaje principal estaba a punto de besar a su enamorada, el timbre sonó. 

Suspiré con frustración mientras trataba de ignorar el sonido y concentrarme en la película, pero el timbre volvió a sonar, más insistente. 

Con resignación, pause la película y fui a atender el llamado, preguntándome quién podría ser tan inoportuno como para interrumpir aquel momento feliz.

– No quiero visitas justo ahora – me dije a mi misma, mientras soltaba un bufido de irritación y arrastraba los pies de camino a la puerta - ¿Será que no hay más nadie a quien molestar?

Abrí la puerta y...

– ¡Hola! – gritó Vanessa, saltando sobre mí, muy sonriente – Creí que nunca ibas a abrir.

– ¿Vanessa? – Dije un poco sorprendida – Pudiste al menos mandar un texto avisando que pensabas visitarme.

– ¿Acaso interrumpo algo? – preguntó Vanessa con una expresión de picardía en su rostro.

– Solo mi maratón de películas nocturnas. – Respondí poniendo los ojos en blanco – ¿A qué se debe tu visita? No sueles venir por aquí, mucho menos a estas horas.

Hace ya algunos años, decidida a conseguir un empleo estable en otra ciudad con más oportunidades, tomé la iniciativa de hacer las maletas y mudarme. En mi búsqueda infructuosa, acepté al principio trabajos temporales que me ayudarán a subsistir, incluida una vacante como vocalista musical para eventos y fiestas. Cantaba con el corazón y la pasión que podía ofrecer, pero sabía que no podía vivir de ese empleo para siempre. Después de muchos meses de búsqueda  frenética, finalmente encontré un trabajo estable y con ello, una sensación de alivio. Me dedicaba a ser asesora de ventas. A pesar de no tener los estudios universitarios correspondientes dominaba con excelencia mi área de trabajo; el objetivo principal era comprender las necesidades y deseos de los clientes, y proporcionarles información clara y precisa sobre los productos o servicios que la empresa ofrecía. Poseía una habilidad única para oír y responder a cualquier duda que pudieran tener.

En uno de los eventos, cuando aún era vocalista, después de la actuación, una de las asistentes se acercó para felicitarme por mi hermosa voz; así conocí a Vanessa Reed, quien se había vuelto mi confidente desde entonces.

A pesar de nuestras personalidades totalmente opuestas, tenía una excelente amistad con Vanessa, la cual era una mujer entusiasta, fiestera, sociable y despreocupada, irradiaba una energía contagiosa. Siempre estaba ansiosa por pasar un buen momento y disfrutar de la vida al máximo, lo que la hacía popular entre sus amigos y conocidos. No importaba si se trataba de una fiesta improvisada o un evento formal, ella estaba completamente en su elemento, siempre tenía una sonrisa en su rostro. Además, podía hacer amistad con alguien en cualquier situación y disfrutar de la experiencia sin preocuparse demasiado por las consecuencias.

Por otro lado, yo era enfocada y dedicada. Pasaba gran parte de mi tiempo en el trabajo y en mi hogar; solía enfocarme en completar las responsabilidades con precisión y eficacia. Prefería la tranquilidad y la soledad del espacio personal; a menudo me encontraba fuera de mi zona de confort cuando estaba rodeada de mucha gente o debía interactuar con extraños fuera del área de trabajo. Sin embargo, a pesar de mi naturaleza introvertida, siempre he sido apasionada y comprometida con mis objetivos y ambiciones.

– ¿Acaso necesito una excusa para visitar a mi amiga? – dijo fingiendo estar ofendida y sobre actuando sus expresiones – Tu que eres mi confidente, mi  compañera de aventuras, mi uña y carne.

– Si, cara dura, lo que tú digas.

Ambas soltamos una pequeña risa de complicidad. Le cedí el paso invitándola a pasar; ya estando en el sofá Vanessa comenzó a decir:

– ¿Has oído hablar de ese bar karaoke que abrió cerca de aquí? He ido un par de veces y déjame decirte que está increíble.

– No, no he escuchado. – Enarcaba una ceja al tiempo que miraba directamente a mi amiga – ¿Por qué presiento que voy a arrepentirme de tener está conversación?

– Es muy divertido. – Añadió Vanessa – Además, he oído cantar a un hombre que tiene una voz de tenor espectacular, tienes que escucharlo. Por favor Sunny, mi solecito, tienes que acompañarme esta noche.

Los ojos de gatito que solía usar Vanessa para enternecer mi actitud indiferente eran bastante difícil de evadir, sabía muy bien cómo convencerme y sacarme siempre de mi escondrijo.

– No sé... no creo que sea lo mío. – me rascaba la cabeza, buscando la manera de decirle que no, sin sonar cruel – Ya sabes que no somos jóvenes como antes; ahora soy una mujer de hogar y he aprendido a disfrutar mis noches en casa.

– Vamos, no seas tan negativa. Eso no significa que no puedas divertirte un poco; a veces necesitamos salir de la rutina y hacer algo diferente. – un tono de súplica adornaba sus palabras – ¡Claro que podemos ir! Incluso reserve una mesa para que te sientas cómoda; y si te animas a cantar, te apoyo.

– No lo sé... no me gusta llamar la atención. 

– Pero eso es lo divertido del karaoke – aquel tono de súplica se transformó en un puchero – ¡No importa si cantas bien o mal! Solo trataremos de pasar un buen rato juntas y reírnos un poco. Además, ese hombre con voz de ángel podría ser tu inspiración para cantar mejor.

– No te olvides que ahora soy una mujer casada – le respondí con una mueca de escepticismo.

– Casada más no cosida. – añadió ella con rapidez.

– Hmm... Eres incorregible – no pude evitar reírme de la pequeña broma de mi amiga – Déjame pensarlo y quizás otro día podamos ir.

– Vamos, dale una oportunidad, te prometo que será una noche inolvidable. No tienes que preocuparte por nada, yo te cuido.

– Eso me preocupa aún más – agregué y solté una risotada – Está bien, iré contigo. Pero solo para ver qué tal es el lugar, no prometo cantar nada.

– ¡Genial! – Sus palabras adquirieron un ademán de victoria – Ya verás que te encantará. Y si cambias de opinión, siempre puedes pedir una canción para dedicarme. – está última frase salió de su boca casi con entonación musical.

– Deja que me vista entonces, aunque sinceramente no sé qué ponerme.

– ¡No te preocupes! Aquí estoy para ayudarte. Pongamos ese hermoso trasero a valer. – su frase fue acompañada de una fuerte nalgada que hizo eco en la habitación.

¡Ay! - grité – Tú y esas manitos deben permanecer quietas muchachita.

Solo se oyó la risa traviesa de Vanessa.

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