Bebe y observa su bebida con desinterés, como si no acabara de ofrecer la vida de un ser
humano al mejor postor, como si el dinero fuera el pecado que enerva su sangre, queacrecienta su idiotez y que ciega su razón. Me llego a plantear incluso si es mi culpa y enqué momento fallé como hija para terminar vendida a alguien que me vio bailar alguna vezen aquel polvoriento club. Nunca conocí la protección de mi madre, solo la de mi abuela,que fue la calidez y la sonrisa de mi desolada existencia. Una mujer independiente, brillantey de hermoso ser que pagaba mis clases de baile, me iba a ver en cada ensayo y nuncafaltaba a ningún recital de la escuela. Siempre despreció a Beatriz por sus malas decisionesy me alejó de sus mañas adictivas, como drogas y noches de ausencia. Siempre supedónde estuvo mi madre mientras mis abuelos me criaban.—¿Cómo pudiste hacerme esto? —Aprieto los dientes, me duelen, y las lágrimasqueman mis ojos—. ¡¿Qué te hice?! ¡