Le di uno de mis poemarios a Louis. Él había terminado su turno y disfrutaba de un lonche en una de las mesas frente al televisor. Tomaba café con leche y había untado dos panes con mantequilla. Detuve el carro y bajé de prisa porque pensaba, erróneamente, que ya estaba por irse. Louis se sorprendió. -¡¡¡Aún la panadería no cierra, doctora!!!-, se divirtió conmigo. Sus amigos estallaron en risotadas.
-Estás de buen humor hoy, Louis-, dije, jalé una silla y me senté junto a él.
-Y ahora estoy el doble al verla, bella doctora-, me sonrió él muy galante.
-Ese lonche huele muy rico-, se me hizo agua la boca. Louis estallé en carcajadas. -¡¡¡Zachary, otro café con leche y dos panes con mantequilla para la señorita!!!-, alzó la voz. Su compañero alzó el pulgar y casi al momento yo también ya disfrutaba de la deliciosa merienda.
-Te tengo una sorpresa-, le dije al fin, haciendo brillar mis ojos y le di uno de mis poemarios, autografiado.
Louis parpadeó asombrado. Él ya sabía