La mañana llegó demasiado pronto para el gusto de Marcus. Había pasado la noche inquieto, su mente atormentada por los recuerdos del pasado y la incertidumbre del futuro. Maya yacía a su lado, su respiración suave y acompasada contrastaba con la tensión que él sentía en cada fibra de su ser.
Con cuidado de no despertarla, Marcus se levantó y se dirigió al baño, se miró en el espejo, notando las ojeras oscuras bajo sus ojos y la línea tensa de su mandíbula.
—Tienes que mantener el control —se dijo a sí mismo —no puedes permitir que te vean débil.
Cuando salió del baño, Maya ya estaba despierta, sentada en la cama con una expresión de preocupación en su rostro.
— Buenos días — dijo ella suavemente — ¿Cómo te sientes?
Marcus se acercó y se sentó junto a ella, tomando sus manos entre las suyas.
— Como si estuviera a punto de enfrentarme a un pelotón de fusilamiento — admitió con una sonrisa torcida.
Maya apretó sus manos, sus ojos estaban llenos de comprensión y amor.
— Recuerda que eres