Alade*
El sol apenas había salido cuando partieron.
Algunos lupinos avanzaban en sus formas bestiales, abriendo camino en la maleza y vigilando los alredores. Otros cabalgaban en silencio, acompañados solo por el sonido de los cascos aplastando la tierra húmeda.
Ella se detuvo junto a un caballo ensillado y vaciló. Frunció el ceño.
"Ah, yo… yo no sé montar."
El lupino que ajustaba las riendas la miró sorprendido. Confuso.
"¿No hay caballos en tu continente?"
Miradiel se acercó con pasos lentos, pero firmes. Su presencia siempre parecía devorar el aire a su volta. Sus ojos se posaron sobre Alade con una intensidad calculada. Ella sintió la garganta secar.
"No necesitamos caballos" explicó. "Allá, nosotros nos transformamos."
Él sonrió de lado, la mirada provocándole un escalofrío en la columna.
"El cuerpo de un lupino necesita descanso, más que cualquier otro. Debe ser por eso que no consigues volver a tu forma."
Ella negó, bajando los ojos con tristeza.
"Yo y Astar fuimos envenenados.