Pasé el día en mi habitación, con Aine cuidándome hasta la cena y visitas regulares de Tilda para constatar mi estado. No volvió a fajar mi brazo, permitiéndome tenerlo entablillado en el cabestrillo, y aceptó que dejara los cortes del otro brazo descubiertos.
Aine resultó la mejor compañía que tuviera jamás. Me ayudó a asearme y a vestir una de las enaguas que me trajera, suelta y sin mangas. El cuarto estaba tan bien caldeado, que sólo precisé cubrirme los hombros con una pañoleta para no tener frío. Mientras almorzábamos, no pudo con su curiosidad, y acabé hablándole de Lirio, Selene y Aurora.
—¿De modo que aún hay una de ellas moviéndose en libertad por el castillo? —exclamó.
—¿Recuerdas la muchacha que nos trajo el té aquí la otra tarde?
—¡Po