Me despertó besando mi frente como un soplo.
—Tengo que irme —susurró cuando alcé la cara hacia él—. Pero regresaré después de la cena.
Encontré a tientas su pecho y me di cuenta que ya se había vestido. Tironeé de la pechera de su camisa para besarlo por última vez.
—Te amo —murmuré.
—Y yo a ti, mi pequeña. Que tengas un buen día.
Me hizo volver a acostarme y me arropó como solía. Un momento después oí el panel de madera raspar el suelo de piedra. Una breve ráfaga de aire frío me alcanzó antes que volviera a cerrarse. Sus pasos firmes se alejaron subiendo una escalera de piedra a juzgar por el sonido. Me quité la cinta de los ojos y hundí la cara en la almohada que él había usado, aún tibia, y que ahora olía a él.
El so