La camioneta blindada se detuvo con suavidad milimétrica sobre el concreto pulido del hangar privado en el Aeropuerto de Acapulco. Frente a ellos, el "Celestia 777" esperaba como un gigante dormido, con las luces de navegación parpadeando rítmicamente y la escalerilla principal desplegada e iluminada, invitándolos a regresar a la seguridad de Puebla.
El motor de la SUV se apagó, dejando momentáneamente un silencio reverencial en el interior de la cabina. Carlos, operando con una precisión coreográfica que rozaba lo militar, salió del vehículo. Rodeó la camioneta con pasos rápidos y abrió la puerta trasera del lado de Yago.
El aire cálido y húmedo de la costa irrumpió, mezclándose con el olor a combustible de aviación y el ozono de la tormenta eléctrica que se gestaba muy lejos en el mar. Yago descendió primero, ajustándose el saco con un movimiento fluido. Se giró de inmediato y extendió su mano hacia el interior oscuro del vehículo.
Nant tomó la mano de Yago. Al contacto, sintió la f