El murmullo constante del "Café de la Concordia" se había vuelto el telón de fondo de una reunión que había superado con creces las expectativas de Joren y, sin saberlo él, las del Licenciado King. La conversación se había extendido por más de una hora, y la taza de café de ambos se había enfriado hace mucho tiempo. La seriedad en el rostro de King era inconfundible, pero su mirada ya no era la de un mentor que evaluaba a su alumno, sino la de un hombre que había sido confrontado con una verdad incómoda y dolorosa.
Joren, sintiendo que la conversación había llegado a su punto más álgido, se inclinó hacia adelante y deslizó su mano hacia la cuenta que el mesero había dejado discretamente en la mesa.
—Permítame, Licenciado, yo invito —dijo Joren con una sonrisa educada, un gesto de agradecimiento por el tiempo y la atención que le había brindado.
El Licenciado King, sin embargo, extendió su mano y cubrió la de Joren con un gesto firme y autoritario.
—De ninguna manera, muchacho —dijo Ki