144. ADIÓS PARA SIEMPRE, MI BELLA
NARRADORA
La ventisca sopló con fuerza en medio de las centellas y Aidan apretó su puño, quebrando en el aire los hilos entretejidos del maleficio.
Se hicieron añicos y, con ellos, el hombre que imitaba un poder que no le pertenecía.
Escondido a su lado, entre los arbustos, el otro vampiro se llevó la mano a la boca, viendo a su compinche caer en pedazos como una escultura helada.
El grito de asombro y dolor aún se reflejaba en su rostro contraído, que ahora caía en fragmentos sobre la hierba.
En medio del caos, Edgar se escabulló de ese campo de batalla para salvar el pellejo, como la rata cobarde que siempre había sido.
Sus pasos se perdieron en el mismo bosque por donde venían corriendo dos enormes leonas, cargando un trozo pesado de hielo.
Detrás de ellas, siguiendo su rastro, iban guerreros élites de los hombres bestias, ordenados por su rey.
Zeraphina no pudo detener todos los preparativos de Héctor para apoyar a esos traidores hechiceros.
En el momento que Isabella se vio libre