08. UN GOLPE RASTRERO
LYRA
—Si lo mojas con agua caliente, las plumas salen mejor —tomé un cuenco de madera y lo sumergí en el agua hirviendo.
Comencé a mostrarle, en cuclillas frente a él, lo fácil que era quitar las plumas sin llevarse medio bicho en el proceso.
—Así haces menos fuerza y luego le pasas rápido una astilla con fuego y quemas esos pelos duros… ¿ves? —subí la cabeza para enfrentarme a esa mirada medianoche.
Mis mejillas se sonrojaron un poco por la cercanía y la atención que me ponía.
—Te puedes herir las manos, yo lo hago —habló de repente, quitándome el ave y revisándome los dedos.
Mi corazoncito se sentía dulce y tenía ganas de besarlo, pero me dio vergüenza ser tan pegajosa en la mañana.
El animal resultó tener más carne de lo que creía, pesaba varios kilos y mi mente estaba ideando cómo hacerla deliciosa, sin embargo, los recursos aquí no eran muchos.
—Voy al río a lavarla y botar esas vísceras, ¿o te las comes?
—¿Las tripas? —mi cara se contrajo solo al pensar en el contenido interior—