Capítulo ciento nueve. La cicatriz bajo la luna.
El amanecer llegó sin gloria, cubierto por nubes bajas y viento frío. El castillo, normalmente animado por la actividad de los centinelas y el bullicio de los aprendices, amaneció en un silencio denso. Los sirvientes caminaban en puntas de pie. Nadie hablaba más de lo necesario.
En la cámara de sanación, Kael abrió los ojos.
Tardó unos segundos en reconocer el techo de piedra tallada, los paños de hierbas colgados de las vigas, y el aroma persistente a raíz de sombra. El dolor en su pecho lo trajo de vuelta. Ardía como si le hubieran arrancado algo que nunca debió tener.
—¿Dónde…?
Solene estaba sentada a su lado, con el rostro pálido y el ceño fruncido. No había dormido. Rowan estaba de pie al fondo, los brazos cruzados, la mirada clavada en su hermano como si tratara de encontrar algo familiar en él.
—Kael —dijo Rowan con voz firme—. ¿Sabes qué pasó anoche?
Kael parpadeó. Su respiración se aceleró.
—Recuerdo… fragmentos. El bosque. Dol