—¿Hi… hija? —parpadeó Thalassa, mirando a la mujer con el entrecejo arrugado por la confusión—. Señora, ¿está buscando a su hija? ¿Por eso está sola por aquí?
Pero sus preguntas parecieron caer en saco roto. La mujer comenzó a pasarle las manos por todas partes: la cara, los brazos, el cabello.
—Eres tú. En serio eres tú. Ay, gracias a Dios. Sabía que me la traerías.
Thalassa se sentía cada vez más incómoda con las caricias de la mujer, pero eso era lo de menos en ese momento. Tenía que llamar a la policía para que se llevaran al secuestrador.
Soportó las extrañas caricias de la anciana mientras sacaba su celular, pero antes de que pudiera llamar a emergencias, el secuestrador se levantó del suelo con un quejido.
Thalassa jaló a la anciana para ponerla detrás de ella y adoptó una postura defensiva mientras entrecerraba los ojos para mirar al tipo.
—Ya le hablé a la policía mientras estabas inconsciente. No tardan en llegar, así que no tienes tiempo —le advirtió.
Apretó los puños, esper