El día que todo cambió (continuación)
—¿Qué mierda, Sean? ¿Qué me estás diciendo?
Mi voz sale rota, grave, casi irreconocible. Siento una presión en el pecho, como si me hubieran golpeado con una losa directa al esternón. La mandíbula se me tensa, y los dientes crujen entre sí por la fuerza con la que cierro la boca. Mis ojos se clavan en él con incredulidad, buscando un gesto, una señal, algo que contradiga lo que acabo de escuchar.
—Lo siento, Shane. Sabes cómo es Aurora. Sabes de lo que es capaz. Ella no quiere a Ivanna. Prefiere a alguien que pueda manipular y la Abigail es justo eso.
Sean hace una mueca, baja la mirada por un segundo y se pasa una mano por la nuca, incómodo. Él también siente asco. Lo conozco demasiado bien. Sus dedos tamborilean contra la superficie del escritorio an