Tres años después...
Mirarme en el espejo y darme cuenta de lo mucho que he cambiado a lo largo de los años me forma un nudo en la garganta y hace que mi corazón se apriete en mi pecho.
Y no me refiero a los cambios físicos en mi cuerpo, porque aunque sigo viéndome igual, mi mirada es diferente, mi sonrisa real y mi cuerpo un poco más voluptuoso.
Me refiero a los cambios internos y psicológicos que he tenido durante los últimos años. Con mucho trabajo, esfuerzo y dedicación logré sanar todo lo que tenía roto. Logré superar muchas etapas dolorosas de mi pasado hasta que solo quedan como recuerdos tristes y un gran aprendizaje que llevaré por siempre en el alma.
No fue fácil, en lo absoluto. Muchas veces quise rendirme y dejar que los ataques de pánico y ansiedad me ganaran, pero enfrentarme a los demonios en mi cabeza fue una de las batallas más grandes, tormentosas y difíciles de mi vida.
Porque, a fin de cuentas, el dolor físico pasa. Las secuelas que te quedan en la piel se borran.