Luego de varios días en los que me hicieron un sinnúmero de estudios y exámenes, el doctor por fin hoy me dio el alta, dándonos todos los cuidados que necesitaba para terminar de recuperarme en casa.
Estaba bien, no tenía ninguna secuela física grave más que los molestos dolores de cabeza que me daban de vez en cuando y el ligero dolor que aún sentía en mi abdomen. El doctor decía que era un milagro que las apuñaladas no hubieran tocado órganos importantes o los daños hubieran sido irreparables.
Durante mi hospitalización estando consciente ni mis padres ni Jack se separaron de mí ni un solo instante. Su compañía me hacía bien, me ayudaba a no entrar en pánico cuando las pesadillas de ese ataque me invadían cuando dormía.
Pero en el fondo nunca dejé de sentirme inquieta con la presencia de mis padres. Ellos estaban conmigo y actuaban como si nunca los hubiera apartado de mi vida, pero sabía que nuestra conversación solo se había postergado debido a mi recuperación. Tarde que temprano