Ella seguía llamándolo, y su insistencia hacía que el vecino volteara repetidamente a mirar hacia la habitación, cautivado.
Mateo, con gesto sombrío, tuvo que regresar a la habitación.
—¿Para qué me llamas tanto? ¿Estás invocando espíritus o qué? —Le dijo molesto.
Valentina suspiró. ¡Solo trataba de ayudar!
—Voy a bañarme. —Dijo Mateo, entrando al baño.
Minutos después volvió y se metió en la cama. Se quedaron en silencio mientras escuchaban las risas coquetas y ahogadas de la pareja vecina.
Mateo estaba por levantarse de nuevo cuando Valentina, que descansaba al borde de la cama, se deslizó hacia él, pegando el cuerpo contra el suyo.
Un suave perfume lo envolvió. Ambos eran adultos, y en un ambiente tan íntimo, ese acercamiento tenía una clara intención.
Mateo la miró: —¿Qué haces?
Ella lo miró con picardía: —¿Tú qué crees?
La nuez de Adán de Mateo se movió visiblemente mientras tragaba. Su teléfono vibró. Era Luciana.
—¿Por qué no respondiste mi mensaje? —se quejó ella al contestar.