Su piel delicada y suave era como seda bajo sus manos. Nicolás empujó su vestido hacia arriba con una mano mientras desabrochaba su propio cinturón con la otra.
—¿No decías que querías agradecerme? —murmuró con voz ronca—. ¿Qué te parece hacerlo de esta manera?
Daniela forcejeaba.
—¡No! ¡No quiero!
Nicolás sonrió con frialdad.
—Señorita Paredes, qué pragmática es usted. Entréguese a mí una vez y estaremos a mano.
Daniela estaba desesperada. No entendía por qué, si él tenía novia, la trataba de esta manera.
No quería estar con él así.
—Nicolás, no, ¿me oyes? ¡He dicho que no! ¡Suéltame! Me duele, me estás lastimando... me duele mucho...
Sus quejas de dolor provocaban en Nicolás una mezcla de ternura y deseo. Se inclinó para besarla.
—No grites.
Las pequeñas manos de Daniela arañaban sus brazos, dejando marcas a través de la tela de su traje.
Nicolás hundió el rostro en su cuello. En la oscuridad todo era confuso. Respiraba con avidez su dulce fragancia, besando su oreja.
—¿Ningún hombre