No hubo respuesta.
Su padre seguía afuera despidiendo a los invitados. Sonreía con esfuerzo mientras acompañaba a don Emanuel y don Jorge a sus autos.
—Señores, sobre nuestra colaboración...
Don Emanuel miró con sorna las heridas en su rostro. —Señor Méndez, mejor busque un médico que le revise la cara.
Los ejecutivos subieron a sus autos y se marcharon.
Enojado, regresó al salón con expresión sombría y se plantó frente a Catalina: —¡Mira lo que has provocado! ¡Me has hecho quedar en ridículo!
En realidad, quien menos podía aceptar la situación era Catalina. Todavía no entendía cómo todo había terminado de esa manera, no cuando lo había planeado tan cuidadosamente.
Se aferró a la manga de Ángel. —Amor, déjame explicarte...
La apartó bruscamente, tomó su saco y se dirigió a la salida. —¡No quiero volver a verte!
Y abandonó la casa.
Catalina tenía varios arañazos en la cara y el cuello y estaba pálida como un papel. Había intentado recuperar el amor de su esposo, pero solo logró alejarl