De hecho, ella ya había adivinado que Luciana fue la persona que envió la foto desde antes, en la mansión.
Y en la habitación del hospital, había guiado hábilmente la conversación para que Luciana confesara la verdad mientras Mateo escuchaba.
Mateo colgó el teléfono y elevó la mirada.
—Señor Figueroa, lamento decepcionarlo, pero parece que hubo una equivocación, como pudo darse cuenta: la foto no la envié yo, sino Luciana —comentó ella, con una sonrisa irónica.
Mateo frunció el entrecejo, sin responder.
Cuando ella pasó junto a él para marcharse, intentó sujetarla del brazo, pero ella se soltó bruscamente, estaba decidida a no tener ningún contacto físico con él.
—La abuela se desmayó por el disgusto después de que te fuiste. Te llama en sueños. Deberías ir a verla cuando puedas —dijo, para finalmente, marcharse.
—Señor, parece que su esposa también lo malinterpretó —comentó Fernando en voz baja.— Ella debería saber que usted nunca creyó ciegamente en Luciana; después de todo, se qued