Valentina giró la cabeza hacia la puerta y vio una figura familiar. Era Aitana.
Con todo el alboroto, ella había salido a buscar a Mateo y los encontró esta habitación.
Al ver los juntos en la cama, sus ojos inocentes se transformaron dedicándole una mirada venenosa, como un escorpión, a Valentina.
Ella sonrió fríamente y, cuando Mateo iba a levantarse, le rodeó el cuello con los brazos y se giró, colocándose encima de él.
Ahora, él estaba abajo y ella arriba.
Desde la puerta, Aitana abrió los ojos de par en par. No podía creer que se atreviera a ponerse encima de Mateo.
¡Qué audaz!
Ella, con su cuerpo suae, volvía a montarse sobre él. Mateo se tensó y con los labios apretados dijo:
—¿Qué pretendes ahora? ¡Bájate!
Valentina se negó.
—Señor Figueroa, entre mi baile y el de Luciana, ¿cuál le gustó más?
Era la misma pregunta que le habían hecho los otros jóvenes ricos momentos antes.
Mateo guardó silencio.
Los delicados dedos de Valentina recorrieron su pecho con insinuante lentitud.
—Cam