Él la provocaba a propósito; solo cuando ella lo miraba con rabia parecía cobrar vida.
—Ruégame y te sacaré de aquí. —Dijo él.
Siendo quien era, había captado su difícil situación de inmediato; y aun con eso quería que ella le suplicara.
Pero ella jamás le rogaría.
No necesitaba que él la salvara, no quería deberle nada.
—¡Señor Figueroa, suélteme, por favor!
Se liberó con fuerza y se levantó de sus piernas.
No quería permanecer allí, así que abrió la puerta y salió.
Santino se levantó de inmediato. —Señor Figueroa, ¿me puedo retirar?
Sin el permiso de Mateo, Santino no se atrevía a marcharse.
Mateo guardó silencio.
Su silencio fue interpretado como aprobación y Santino se retiró rápidamente.
La cara de Mateo se ensombreció como si estuviera cubierta por nubes de tormenta.
Los presentes parecieron notar algo extraño y se miraron entre sí, desconcertados. ¿Qué le pasaba?
Los guardaespaldas forzaron a las dos mujeres a subir al lujoso auto de Santino.
Aitana, aterrada, se acurrucó en un