Sus delgados labios se posaron en su cuello, besándola con suaves roces.
Parecía estar volviéndose adicto a ella.
Este tipo de cosas, realmente no debían tocarse.
Sara ya sentía su vigoroso deseo. Después de todo, sus cuerpos estaban pegados. Se movió inquieta.
—Luis, ¿qué estás haciendo?
Luis respondió:
—¿Tú qué crees que estoy haciendo?
Extendió la mano para sostener su pequeño mentón y bajó la cabeza para besarla en los labios.
Pero no llegó a besarla. Sara interpuso su mano frente a sus labios.
—¡No podemos!
Luis se detuvo.
—¿Por qué no?
Sara argumentó:
—¡Es de día y tu secretario está afuera!
Dicho esto, Sara lo empujó y corrió a la habitación.
—Tengo que ir a trabajar, se me hace tarde.
Luis la observó moverse de un lado a otro, sintiéndose impotente.
Ella de día era completamente diferente a ella de noche.
De día recuperaba esa actitud distante y serena de siempre, como si apenas lo conociera.
Pero de noche se aferraba a él, le decía que le gustaba, lo seducía, lo deseaba. Era p