Valentina posó su mirada en él y, con voz suave pero inquebrantable le dijo:
—Es de verdad; quiero el divorcio. ¿Qué te parece este regalo de cumpleaños?
Mateo permaneció impasible.
—¿Pides divorciarte de mí solo porque no pase mi cumpleaños contigo?
—Luciana ha vuelto, ¿no?
Al escuchar su nombre, una sonrisa de triunfo se dibujó en los labios de Mateo, quien se rio despectivamente y se acercó a ella con pasos deliberados.
—¿Acaso te inquieta?
Como uno de los empresarios más jóvenes de la ciudad, Mateo irradiaba un aura imponente, producto de su poder, posición y riqueza. Valentina retrocedió instintivamente ante su cercanía.
El frío de la pared chocando contra su espalda la sorprendió. En un instante, su visión se oscureció, Mateo la acorraló, apoyando una mano contra el muro y atrapándola entre la pared.
La miró con cinismo.
—Toda Nueva Celestia sabía que Luciana era mi prometida. ¿Y no lo sabías acaso cuando te las ingeniaste para ocupar su lugar como señora Figueroa? Si no te importó entonces, ¿por qué ahora vienes a hacerte la ofendida?
Valentina se puso pálida.
A decir verdad, estaba en lo cierto. Él y Luciana estaban destinados a casarse.
Por eso, si no hubiese caído en estado vegetativo, ¿cómo habría ella llegado a ser su esposa?
Jamás olvidaría aquel día en que despertó: al abrir los ojos y verla, su mirada reveló un atisbo de decepción que ni siquiera intentó disimular.
Desde entonces, dormían en habitaciones separadas. Entre ellos dos nunca hubo ningún tipo de contacto…
Él verdaderamente amaba a Luciana.
Todo esto ella lo sabía, pero...
Lo contempló enternecida, superponiéndolo en su mente con aquel adolescente de años atrás.
"Mateo, ¿de veras no guarda ningún recuerdo de mí?"
Parecía que solo ella seguía anclada en aquellos días.
Pero eso ya no importaba.
Los tres años pasados servirían como un fiel testimonio de su amor platónico.
Reprimiendo el dolor y la amargura que le oprimían el pecho, habló:
—Mateo, pongamos fin a este matrimonio que de por sí nunca ha tenido intimidad alguna.
Las cejas de Mateo se arquearon, y su voz magnética pronunció:
—¿Intimidad?
Levantó la mano para sujetar su delicado mentón, su pulgar rozando sus labios carmesí:
—¿Así que es por eso que quieres el divorcio? ¿Tienes entonces... deseos insatisfechos?
Valentina se ruborizó.
¡No era eso lo que quería decir!
El pulgar de él presionaba sus labios, mostrando una faceta seductora que jamás habría esperado de un hombre tan distinguido y elegante.
Era la primera vez que Mateo la observaba tan de cerca. Ella siempre vestía de colores neutros, como blanco o negro, y usaba esas enormes gafas que la hacían parecer mayor de lo que era.
Pero ahora, notaba que su cara era pequeña, del tamaño de su palma, y sus facciones, detrás de aquellos lentes ordinarios, eran en verdad bonitas, realzadas por unos ojos brillantes.
Sus labios parecían ser suaves.
Donde su dedo presionaba, el color desaparecía momentáneamente para regresar al instante, eran tentadores y tersos.
Le daban ganas de probarlos.
Los ojos de Mateo mostraron diversión.
—Vaya, no imaginaba que la señora Figueroa tuviera también aquellos deseos carnales tan... digamos … intensos. ¿Tanto así anhelas a un hombre?
¡PLAF!
La cachetada de Valentina resonó en la habitación.
Le volteó el mascadero.
Los dedos de Valentina temblaban de indignación. Como siempre sucede cuando amas con demasiada humildad, tu sinceridad acaba siendo pisoteada. ¿Cómo se atrevía a humillarla de semejante forma?
—¡Sé perfectamente que nunca has podido olvidar a Luciana! —exclamó herida y con rabia—. ¡Así que ahora los dejaré estar juntos, devolviéndole su lugar como señora Figueroa!
El semblante de Mateo se congeló. Siendo quien era, ¡nadie jamás se había atrevido a ponerle una mano encima!
—Valentina —pronunció con rabia—, te casaste conmigo cuando se te dio la reverenda gana y ahora pretendes divorciarte cuando se te place. ¿Qué crees que soy?
—Un juguete —respondió ella con una risa amarga.
—¿Qué dijiste?
La furia se dibujó en la cara de Mateo.
—Sí, eres un juguete que le arrebaté a Luciana —mintió ella, ocultando su dolor—, y ahora que ya me aburrí, quiero desecharlo.
Mateo se veía evidentemente furioso.
—Perfecto, Valentina, muy bien jugado. Si quieres el divorcio, pues entonces lo tendrás. ¡Pero no vengas después lloriqueando, suplicando que volvamos!
Subió las escaleras hacia su estudio, cerrando la puerta con un golpe que sacudió la casa entera.
Las fuerzas abandonaron a Valentina, así que se deslizó lentamente por la pared hasta quedar acurrucada en la alfombra, abrazándose a sí misma.
"Mateo, no volveré a amarte jamás."
...
A la mañana siguiente, Regina, la sirvienta, entró al estudio.
Mateo revisaba documentos en su escritorio, fiel a su reputación de adicto al trabajo.
—Señor —llamó Regina suavemente.
Ni siquiera levantó la vista. Era evidente su mal humor.
Regina colocó cuidadosamente una taza junto a su mano.
—Señor, es el café que preparó la señora para usted.
La mano de Mateo, que sostenía un lapicero, se detuvo un instante. Su semblante se suavizó ligeramente.
¿Estaba ella buscando acaso la reconciliación?
Debía admitir que Valentina había sido una esposa ejemplar y dedicada. Cocinaba según sus gustos, lavaba su ropa a mano y atendía cada detalle de su vida cotidiana.
Tomó un sorbo de café. Era tal como a él le gustaba, pero seguía enojado. Aquella cachetada... ese agravio no se borraría fácilmente. Una simple taza de café no arreglaría nada.
—¿La señora reconoció su error? —preguntó.
Regina lo miró confundida.
—Señor... la señora se ha marchado.
Mateo alzó la vista, sorprendido.
Regina pasó un sobre.
—Se fue con su maleta. Ella solo me pidió que le entregara esto.
Al abrirlo, las palabras "Acuerdo de divorcio" saltaron ante sus ojos.
Mateo quedó pasmado. ¡Y él pensando que buscaba reconciliarse!
—La señora dijo que, después de que termine su café, firme los papeles del divorcio —añadió Regina.
—¡Tíralos! —ordenó, mirando el café con desprecio—. ¡Tíralos todos!
Regina pensó: "Hace un momento parecía disfrutarlo... ¿qué cambió?"
Se apresuró a salir con la taza, sin atreverse a comentar nada.
Mateo miró con seriedad los documentos. Ella no pedía nada, se iba sin un centavo.
Sonrió amargamente. Qué orgullosa resultó ser. ¿Cómo pensaba vivir ella, una pueblerina, sin dinero?
Hace tres años había maquinado todo para casarse con él, ¿no había hecho todo acaso por dinero?
Sus ojos se entrecerraron al leer la razón del divorcio.
Escrita a mano: "Debido a la incapacidad física del esposo, disfunción eréctil, imposibilidad de cumplir con sus deberes conyugales."
Era evidente el enojo en su cara.
¡Malnacida!
Agarró su celular y marcó directamente el número de Valentina.
La llamada se conectó casi al instante.
—¿Bueno? —respondió ella con voz cristalina.