El silencio del bosque que rodea la casa frente al lago me abraza apenas cruzamos el umbral. Es una quietud distinta, más íntima. El aire aquí huele a madera y la brisa de la tarde golpea mi rostro mientras avanzamos al interior de la casa. Mis tacones suenan apagados sobre la madera pulida, y no sé si es el cansancio o la tensión residual de la junta, pero siento cómo mis hombros bajan por fin. Pienso que quizá se debe a que este espacio de momento es nuestro, que aquí dentro se que Cassian es mío.
Él cierra la puerta tras de sí, dejando caer las llaves sobre una bandeja metálica en la entrada. El sonido resuena en el espacio abierto, y por un instante, solo se escucha nuestra respiración. Él me observa en silencio, y yo le sonrío coqueta.
—Voy arriba —digo, dispuesta a desempacar mis cosas, pues no hemos tenido oportunidad de arreglar nada.
La vista al llago es perfecta. El sol se cuela por los ventanales, bañando todo de un dorado suave. Mientras coloco la maleta sobre la cama y emp