Daniel se comporta como todo un caballero. Me ayuda a salir del auto, me abre la puerta del edificio y se asegura de que no me falte nada. Es paciente, amable, incluso dulce. Durante el trayecto me habló de sus planes con un entusiasmo que parece creíble, como si de verdad esperara que todo esto funcionara.
Y entonces, llegamos.
El pent-house es simplemente hermoso. Techos altos, ventanales de pared a pared que dejan entrar la luz como un río dorado. El mármol blanco brilla en la cocina abierta, y los detalles de madera oscura le dan un toque cálido, elegante. Todo parece sacado de una revista, pero no se siente frío… se siente como un lugar que podría convertirse en un hogar.
—¿Y bien? —pregunta Daniel con una sonrisa, mostrando las fotografías de cómo quedaría una vez esté decorado.
Asiento, un poco abrumada.
—Es… perfecto —digo, aunque no sé si me refiero al lugar o a la forma en la que él intenta incluirme en esto.
Daniel se acerca un poco más, con una cercanía suave, sin invadirme