—Quería que te hicieras responsable —le digo con calma, bajando el tono, como si intentara suavizar algo que no tiene forma de ser amable—. Porque algún día, Daniel, esta empresa será tuya. Y aunque no lo creas… confío en tus habilidades —agrego y como dije antes, eso no es mentira. Esta empresa que fundó mi padre un día será manejada por él y me da gusto saber que es capaz de manejarla.
Él alza una ceja. No parece convencido. De hecho, parece estar decidiendo si esa frase es una trampa o si me he golpeado la cabeza. Pero al final solo asiente con lentitud, sin palabras. Lo toma. Lo acepta… aunque sea a medias.
Yo también asiento, como si estuviésemos cerrando un tema. Pero no es el único.
—Aunque no te llamé solo para hablar de tu viaje. De eso hablaremos a fondo en la junta de mañana —digo, retrocediendo un paso y colocando ambas manos en mis bolsillos—. Quiero hablar contigo de tu matrimonio —escupo con un tono serio, porque esto si me parece algo importante.
Daniel frunce el ceño d