Tres golpes suaves en la puerta me sacan de mis pensamientos. Me abrocho la camisa con lentitud mientras la voz de una empleada se filtra desde el otro lado.
—Señor Harrington, su hijo lo espera en el despacho —avisa la mujer.
Hago una pausa. Claro. Daniel.
—Gracias —respondo sin mirar la puerta.
Me acomodo el cuello de la camisa, ocultando el rastro que Arielle dejó en mi piel y de inmediato salgo de la habitación. Camino por el pasillo con paso firme, pero mi mente… mi mente sigue clavada en la noche anterior. En su cuerpo bajo el mío. En sus uñas arañándome como una felina salvaje. Como si el deseo no hubiera sido suficiente, como si necesitáramos algo más permanente. Y estos rasguñas son la prueba viviente de lo que hicimos.
Cuando entro al despacho, Daniel ya está sentado frente al ventanal, con una carpeta en mano y el ceño fruncido. Se gira al oírme, y hay un brillo frío en su mirada que reconozco demasiado bien. Y es esa que muestra cuando cree que no estoy siendo honesto.
—¿Qu