Perspectiva de Arielle
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Darius me empuja con brusquedad mientras me obliga a bajar del auto. Mis piernas apenas responden. Tiemblan. Me cuesta respirar. Estamos lejos de Los Ángeles, eso lo sé por el olor del aire, por lo apartado del camino, por el silencio que me rodea. Aquí nadie va a escucharme gritar. Nadie va a salvarme. Nadie, excepto yo.
Un hombre se acerca desde un cobertizo oxidado al final del camino. Viste ropa barata, gafas oscuras, y en su mano lleva un sobre de manila. Darius lo saluda con un gesto seco.
—Paul, ¿todo en orden?
El hombre asiente y le entrega el sobre. Darius lo abre con impaciencia. Dentro hay dos pasaportes. Falsos. El mío y el suyo. Miro el mío. Mi nombre está cambiado. Ni siquiera sé quién soy en ese documento. El miedo me sube por el pecho como una ola negra y asfixiante.
—No tienes escapatoria, Arielle —me advierte Darius, sin siquiera mirarme.
—Déjame ir —le susurro—. Vete tú. Yo haré que nunca te busquen, te lo juro. Solo... déjame.
No responde.