Arielle está acostada en la cama. Su cabello desordenado, sus labios entreabiertos, su respiración se escucha agitada. Me observa con esos ojos que parecen incendiarme desde dentro, como si no le bastara con desnudarme con la mirada, como si deseara devorarme.
Y yo quiero dárselo todo.
Pero me tomo mi tiempo, como si no estuviera en el hogar de Daniel.
Y es que soy consciente del maldito bastardo que soy. Sé que no me puedo considerar una buena persona porque alguien bueno no le haría esto a su hijo.
Y aunque Arielle siempre saca esta parte animal de mi. Sé que ella no tiene la culpa de nada. Que soy yo quien tomó la decisión de venir y que posiblemente ella termine detestándome cuando haya pasado.
No obstante me dejó llevar por el momento.
Porque esta locura que compartimos es efímera. Pero no puedo evitarlo. Me deshago de la ropa con lentitud, disfrutando de cada segundo que sus pupilas dilatadas se pasean por mi cuerpo. Sé que le gusta. Sé lo que ve. A veces me han llamado sober