Me quedo inmovil. Mientras la pregunta de Daniel al ver el objeto retumba en mi mente.
«Mierda»
Sigue la dirección de su mirada y mi sangre se hiela. No necesito mirar para saber lo que ha visto. Las llaves. Las malditas llaves de Cassian. Mi pecho retumba con un latido brutal y mi mente se llena de mil posibilidades catastróficas. Me doy cuenta demasiado tarde de que mis nudillos se aferran aún con más fuerza al borde de la bata.
Daniel da un par de pasos hacia el objeto.
Yo no me muevo. No respiro.
Entonces él se agacha.
—Ah —dice, con un tono de alivio que me perfora el pecho—. Es un cristal. Probablemente de alguna botella. —Se endereza con el fragmento entre los dedos. Es alargado, con bordes afilados y un tenue aroma floral. Es la tapa rota de uno de mis perfumes.
—¿Te cortaste? —pregunta con preocupación, acercándose.
Yo reacciono tarde. Muy tarde. Porque aún tengo el vértigo en la sangre, la maldita sensación de ser atrapada.
—No, no. Estoy bien. —Respondo