Con el embarazo tan avanzado, me arrastré por el suelo, gateando hacia la pesada puerta de acero. Cuando la puerta se cerró de un portazo ensordecedor, mis dedos quedaron atrapados en el marco.
Escuché el crujido espantoso de mis huesos. Una nueva ola de dolor me desgarró por dentro, superando el tormento del fármaco. No pude evitar gritar.
Pero la mente de Vito estaba con Scarlett. No escuchaba mis lamentos. De repente, sentí un líquido tibio escurriéndome por las piernas. Supe que se me había roto la fuente.
El miedo, puro y paralizante, me consumió. Mi única luz era el brillo tenue y fantasmal de un letrero de salida de emergencia sobre la puerta. Me obligué a mantener la calma mientras golpeaba la puerta y gritaba pidiendo ayuda.
Pero este era el quirófano privado de Vito, un lugar aislado e insonorizado, sumido en una oscuridad casi total, sin ventanas al exterior.
Nadie podía escuchar mis gritos, que se hacían cada vez más débiles. El bebé dentro de mí pateaba con violencia, como si intentara escapar de esta oscura prisión.
Estaba empapada, aunque no sabía si era de sudor o de sangre.
Las toxinas del inhibidor de parto me estaban robando las fuerzas, drenando mi vida con cada segundo que pasaba.
Reuní hasta la última gota de energía para lanzar un último grito desesperado. Finalmente, escuché pasos afuera. Grité, con la voz rota por el esfuerzo.
—¡Por favor, ayúdenme! ¡Estoy encerrada en el quirófano! ¡Estoy pariendo!
Lo repetí una y otra vez, creyendo que mi salvación había llegado. Pero entonces una voz respondió, sonando con alegría sádica.
—Vaya, vaya, Alessia. Mírate nada más, qué patética. Vito debió enseñarte a obedecer desde hace mucho.
Era Gianna, la hermana de Vito. Cerré los ojos con fuerza, luchando por mantener la voz firme.
—Por favor, sácame de aquí. El bebé ya viene. No puedo más.
Ella abrió la puerta y me miró desde arriba, con una actitud de desprecio. Por un instante, creí que me ayudaría.
Al segundo siguiente, me estrelló el pie en las costillas. El golpe me dejó sin aire y vi puntos negros bailar ante mis ojos. Su voz era hiriente.
—¿Que te saque? ¿Para que arruines el parto de Scarlett? Quédate quieta. Vito me mandó a vigilarte. No mereces ser su esposa. Él quiere que me asegure de que te quedes aquí y pienses en lo que hiciste. Ya tiene suficientes problemas como para que tú le causes más. El hijo de Scarlett será el heredero de esta familia. Tus truquitos no van a cambiar eso.
Otra contracción violenta me arrancó un grito. Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras jadeaba.
—Mi hijo no será parte del negocio familiar. ¡Renuncio a todo! Avísale a Vito. Déjame ir. Desapareceré de esta familia y nunca volveré. Te lo juro.
Mis gritos solo parecían enfurecerla más. Puso una mueca de asco.
—Zorra. ¿A quién crees que seduces con tanto escándalo? Patética.
Luego, tomó su radio y contactó a Vito. La agonía combinada del fármaco y el parto inminente me estaba destrozando el alma.
—No hay problema, Vito, no te preocupes. No le quitaré los ojos de encima.
Al escuchar la voz de Vito, una chispa de esperanza se encendió en mí. Tenía que importarle. Nuestro hijo tenía que importarle. Grité con todas mis fuerzas.
—¡El bebé ya viene! ¡Por favor, dile a Gianna que me lleve al hospital! ¡Ahora!
Mi voz se había convertido en un temblor débil e incontrolable. Gianna vaciló. La escuché susurrar en el radio.
—Creo que sí es en serio. Por cómo grita… no creo que esté actuando. Tal vez debería llevarla al hospital. Es tu único hijo, después de todo. Si algo pasara…
Vito guardó silencio unos segundos, como si lo estuviera considerando. Luego, su tono se suavizó.
—Está bien, llévatela…
En ese momento, una voz delicada ronroneó del otro lado.
—Cielo, tengo sed. ¿Me traerías una copa de champaña? El doctor dice que debo relajarme para tener fuerzas para dar a luz a nuestro principito. Ay, ¿Alessia está en labor de parto? No es para tanto, cielo. Ni siquiera duele. En serio, siento que podría correr un maratón. Alessia es fuerte, va a estar bien.
Claro que a ella no le dolía. Todo el equipo médico y los recursos de la familia se habían destinado a su lujosa y moderna sala de partos privada. La estaban tratando como a una reina.
Las pocas palabras de Scarlett bastaron para cambiarlo todo. Para hacer que Vito cambiara de opinión. Su voz se volvió cortante.
—¿Qué podría salir mal? Está actuando. Quiere engañarte para que la dejes salir. No le creas. Si confías en ella, solo vas a quedar como una tonta.
El radio enmudeció. Herida por el regaño de Vito, Gianna descargó su furia contra mí. Metió la mano en un estuche de cuero y sacó una serpiente mientras avanzaba hacia mí.