—Jajaja, Anacleto, no abuses tanto. Hasta un perro acorralado salta el muro. ¿Y si se enfurece y te muerde?
Un joven de edad similar golpeó el hombro de Anacleto riendo.
—Esto no cuenta como abuso. No le he puesto la mano encima, y aunque lo hiciera, ¿qué importa? Solo es otro pobretón. Si lo dejo lisiado, solo tendré que pagar algo de dinero y listo.
—Los pobres no valen nada —se río Anacleto descaradamente.
—¡Anacleto, no te pases!
—¡Discúlpate con Faustino y págale por la ropa!
Larisa, con la cara roja de ira y los puños apretados, gritó.
Antes, cuando Anacleto la acosaba, nunca se había enfadado tanto.
Pero viendo a Faustino humillado así, quería morder a Anacleto hasta matarlo.
La expresión de Faustino se volvió aún más fría mientras contenía a Larisa.
—No pasa nada, Larisa. A este tipo que tiene vida pero no educación, le enseñaré cómo comportarse.
—Tú solo observa —mientras hablaba,
Se adelantó y agarró a Anacleto por el cuello.
Con tal fuerza que se oyó crujir, y Anacleto no po