Era obvio que todo se debía a la repentina llegada de Mariana y Ximena.
—Ya entiendo —dijo Faustino mientras corría hacia Lara. Al ver que no había nadie alrededor, la tomó suavemente por la cintura.
—¿Todavía te duele el pecho?
—Esta noche cuando todas se duerman, ¿quieres que te ayude con un masaje?
—Pequeño travieso, ¿aún recuerdas que me duele el pecho? Pensé que con tantas mujeres a tu alrededor ya te habrías olvidado de mí —murmuró Lara mirándolo fijamente.
—¿Cómo podría? No importa cuántas mujeres haya, nunca me olvidaré de ti. Eres la primera en mi vida.
Faustino sabía que estaba celosa. Sin más, la besó tiernamente. Después de un momento, Lara sintió su calidez y su enojo se desvaneció, siendo reemplazado por timidez.
—Ya basta, Faustino. Vamos a casa a comer, o se preocuparán si tardamos demasiado —susurró— Te busco más tarde.
—De acuerdo, como digas. Volvamos.
Cuando estaban a unos cientos de metros de la clínica, Faustino discretamente la soltó. Tal como esperaba, al llegar