El corazón de Bianca latía con tanta fuerza que sentía que iba a estallar en su pecho, un tamborileo incesante que le hacía doler las costillas. Aún podía oír las risas asquerosas de aquellos hombres resonando en su mente como ecos malignos, pero lo que más la perturbaba no era el intento de asalto, con sus manos mugrientas arañando su ropa, sino ese nombre que le ardía como fuego en la sangre: Alexander Moretti. Era un secreto que la quemaba por dentro, un lazo de sangre que la aterrorizaba y la ataba a un mundo de sombras.
Aldric, sin embargo, al verla temblar entre sollozos ahogados, con los hombros encorvados y las manos apretadas contra el pecho, creyó que era el miedo puro lo que la consumía. Se acercó a ella con pasos firmes, su expresión endurecida por la ira residual, pero sus ojos suavizándose al posarse en ella. En cuanto sus brazos la rodearon, envolviéndola en un abrazo protector y cálido, Bianca sintió como si por un instante pudiera respirar de nuevo, inhalando el aroma