El pasillo estaba envuelto en penumbras, solo iluminado por la débil luz de las lámparas de pared. Bianca aún sostenía con fuerza la lámpara como un arma cuando escuchó pasos apresurados detrás de ella. Willow apareció, envuelta en una bata de seda blanca, el cabello suelto, pero con esa mirada de víbora que ya no podía ocultar.
—¡Cómo te atreves, Bianca! —chilló con la voz desgarrada de furia—. ¡Cómo te atreves a levantarle la mano a mi esposo! ¿Acaso no ves que está ebrio? ¿No tienes compasión? ¡Eres una maldita desalmada!
Los ojos de Bianca, todavía encendidos por la ira y el miedo, se clavaron en los de su hermana.
—¿Compasión? —replicó con voz temblorosa, pero cargada de rabia contenida—. ¡Tu esposo es un cerdo asqueroso! ¡Intentó…! —se mordió los labios, sin querer decir más frente a Willow—. No merece lástima, merece una buena tunda para que recuerde con quién se está metiendo.
Willow palideció, pero en lugar de mostrar sorpresa, sonrió con un veneno helado.
—¡Mentiras! —escupi