Damián rara vez bebía en exceso:
—No pasa nada, es una ocasión especial.
Aitana también insistió, algo poco común en ella:
—Tuviste una cirugía. Además, ¿todavía te crees de veintitantos años?
El hombre medio ebrio la miró con ojos negros ardientes, bajando mucho la voz:
—Al rato te voy a demostrar que un hombre de treinta y tantos no es peor que uno de veintitantos.
Aitana se sonrojó:
—Damián.
Él la miraba con ojos llenos de amor, tomó su mano con una de las suyas y después de brindar con alguien no se atrevió a molestar más a su esposa:
—¡Esta es la última copa! Si sigo bebiendo, la señorita Balmaceda se va a enojar y me va a castigar durmiéndome en el sillón.
Los demás se burlaron y gritaron.
Damián les gritó riendo:
—¡Pequeños diablos!
Realmente ya había bebido suficiente, Aitana y Milena lo ayudaron a salir. Una vez en el auto, se desplomó completamente, echó ligeramente la cabeza hacia atrás y se desabrochó dos botones de la camisa:
—Este vino sí que tiene fuerza.
Mientras hablab