No era demasiado orgullosa, así que bajó del diván para servirle a Damián un vaso de agua tibia. Se sentó al borde de la cama de bambú y se lo entregó, diciendo con suavidad:
—Has dormido dos horas, ya son casi las cuatro.
—¿Tienes prisa? ¿Tienes una cita?
Damián tomó el vaso y lo dejó en la mesita de noche. Luego, atrajo a Aitana contra su pecho, presionándola firmemente contra él, separados solo por la fina capa del abrigo de cachemir.
Su cuerpo era duro y ardiente, lo que hizo que Aitana exclamara incómoda:
—Suéltame.
Con aquella suave joya entre sus brazos, ¿cómo iba Damián a soltarla?
Él le susurró al oído, con esa voz ronca y sensual característica después de beber:
—¿Has pensado en lo nuestro? ¿Mmm?
Aitana no quería hablar de ello, pero Damián la presionaba intensamente.
No dejaba de besarla, con el rostro sonrojado y la barbilla ligeramente levantada, todo él irradiando sensualidad mientras acariciaba su esbelta cintura, exigiéndole una respuesta inmediata.
Aitana temía realmen