— Suéltame...
Pero el hombre no escuchaba, sus ojos negros estaban llenos de pasión. Con una mano sostuvo su rostro, como si quisiera devorarla por completo, e incluso tomó su brazo para colocarlo alrededor de su cuello.
Quería que ella lo mirara, que viera cómo la besaba. Todo se volvió caótico.
Ese amor y odio reprimidos estallaron completamente, transformándose en un enredo físico.
Afuera, la lluvia fina persistía. La pareja no cruzó la última línea, y Aitana, apoyada contra el hombro de él, habló con voz suave y desesperada:
— Damián, todavía te odio.
La camisa de Damián estaba desarreglada mientras abrazaba el suave cuerpo de la mujer, con la voz empapada de emoción:
— ¡Lo sé! Aitana, ¡lo sé!
Las lágrimas calientes rodaron por sus mejillas.
Aitana no permitió que Damián las viera; era su momento más vulnerable.
...
Al anochecer, Damián regresó a la habitación principal. La maleta quedó descuidadamente en el vestidor. Primero fue al baño y se duchó. Mientras el agua caliente recorr