Aitana bajó la mirada y se encontró con los ojos de Damián. Tiernos y llenos de afecto.
No se sintió conmovida, sino que experimentó una sensación de tristeza.
Levantó ligeramente la cabeza, conteniendo las lágrimas en sus ojos, con la voz un poco ronca:
— Damián, ¿cómo puedo perdonarte? Dime, ¿cómo podemos seguir siendo marido y mujer? Durante todos esos días y noches, derramé todas mis lágrimas, mi corazón quedó tan destrozado que ni yo misma podía reconstruirlo. Si no hubiera sido por mi obsesión contigo en aquellos años, mi abuela seguiría bien... ella estaría bien.
Aitana bajó los párpados, con lágrimas brillando en sus ojos.
Damián sintió que su corazón se ablandaba, creía entender los sentimientos de Aitana.
Ella se culpaba profundamente, atribuyéndose el mayor error, por eso no podía perdonarse.
Con la aspereza de sus dedos, le secó suavemente las lágrimas, pero la piel de la mujer era tan delicada que la comisura de sus ojos se enrojeció al instante, despertando ternura.
Damiá