Aitana estaba empapada en sudor, respirando profundamente, con la mirada algo dispersa.
Zarina gritó entre lágrimas:
— ¡Aitana! ¡Aitana! Tienes que resistir.
Aitana la miró lentamente, reunió fuerzas durante un buen rato y dijo suavemente:
— Resistiré. Daré a luz a este bebé...
Un grito desgarrador siguió mientras se aferraba a las sábanas por el dolor.
Dentro y fuera de la sala de partos, comenzó una actividad frenética.
El médico salió y les informó con expresión grave:
— La paciente está sufriendo una hemorragia severa. Prepárense mentalmente: si la situación empeora, tendremos que sacrificar al primer bebé para salvar a la madre y al otro niño.
Brisa se quedó atónita por un largo momento y luego suspiró profundamente.
Lina tenía lágrimas en los ojos. Milena la sostenía firmemente, ayudándola a mantenerse fuerte.
Damián apretaba los puños, con las venas de la frente marcadas, todo su cuerpo tenso como la cuerda de un arco.
Pero la situación empeoró: el sangrado de Aitana no se deten