— Te lo diré cuando lleguemos —respondió Aitana.
Para su sorpresa, Damián le había comprado un bolso de platino de edición limitada, uno de los cincuenta que existían en todo el mundo y que ni siquiera se vendía todavía en Palmas Doradas.
Bajo la luz cálida, Damián bajó la mirada, con expresión extremadamente tierna:
— ¿Te gusta? Recuerdo que era tu estilo favorito.
A Aitana le gustaba, aunque no era algo que la obsesionara. Aceptó el bolso y le dio las gracias en voz baja.
A Damián le encantaba verla satisfecha. Contempló su rostro radiante mientras su garganta se agitaba visiblemente mientras tragaba con dificultad:
— Mañana no tengo reuniones ni compromisos. ¿Vamos al apartamento? Dime qué te apetece comer y le pediré a Milena que lo prepare con antelación.
Aitana levantó el rostro, observando la ternura en la expresión de Damián, momentáneamente abstraída.
— ¿Qué ocurre? —preguntó él con voz ronca—. ¿Te molestó lo que dijo mi tía hoy?
Aitana negó suavemente con la cabeza.
Miró a Da