Victoria gritó:
— ¡Sangre! Está teniendo un aborto.
Damián se alarmó.
Miró hacia abajo y vio la ropa de luto de Aitana manchada con gotas de sangre, una visión angustiante. Se acercó intentando levantarla:
— Aitana, te llevaré al hospital.
Pero Aitana se negó.
No lo quería a él, no quería a Damián.
Retrocedió un paso con el rostro pálido:
— ¡No te acerques! Damián, si este niño vive o muere, ya no es asunto tuyo.
Aitana continuaba retrocediendo hasta que Leonardo la sostuvo.
Aunque sus piernas temblaban incontrolablemente y la sangre seguía cayendo, insistió en caminar por sí misma, alejándose poco a poco de ese lugar, alejándose de donde estaba Damián.
Bajo la luz blanca intensa, se apoyó en el marco de la puerta, con tanto dolor en la cintura que no podía mantenerse erguida.
Ella no es que no amara a este niño.
Pero acababa de perder a su abuela, la persona que mejor la había tratado en este mundo, la más cercana a ella, y no podía preocuparse por mucho más. En ese momento, su corazó