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Capítulo 5. No voy a arriesgar nada

POV ALEJANDRO

Después de la entrevista y de obtener honestidad de su parte, cosa que me hace sentir más tranquilo y que fue lo que me hizo escucharla. Me marcho, planeo irme sin hacerla sentir importante ni mucho menos, pero algo dentro de mí me hace detenerme en la puerta y las palabras que salen de mi boca, me sorprenden hasta a mí mismo.

«¿Bienvenida? ¿En serio, Alejandro? ¡Jamás lo habías hecho!».

La puerta se cierra tras de mí, con un clic suave que, de algún modo, retumba en el silencio del pasillo.

Me quedo inmóvil unos segundos, mirando hacia la nada, pero me pongo en marcha cuando veo a Mery caminar hacia mí.

«Maldición. ¿Qué mierdas me pasa? Esto debería ser una puta señal para alejarme de ella y no quererla aquí, pero no, le he dado esperanzas de un maldito puesto a mi lado sin pensar en las consecuencias».

Suelto un suspiro pesado y me paso la mano por el rostro.

«¿Qué carajos acabo de hacer?».

—¿Cómo le fue, señor Lancaster? —Mery parece más efusiva de lo normal y la ansiedad porque ya y haya elegido a alguien, es evidente.

—Despacha a las otras tres que están en la recepción —ordeno con voz seca—. Diles que ya se cubrió la vacante.

—¿Está seguro...? —pregunta mi asistente provisional, titubeante.

—¿Acaso escuchaste mal? —mi tono baja varios grados.

Ella se apresura a confirmar con un "Sí, señor" tembloroso antes de devolverse por el mismo lugar de donde vino.

Entro a mi oficina y me dejo caer en la silla, soltando el aire por la nariz en un bufido exasperado. Apoyo los codos en la mesa, entrelazo las manos y fijo la mirada en el vacío una vez más, perdiéndome en mis pensamientos.

«Me estoy metiendo en un puto lío».

La certeza me golpea en el estómago con una precisión quirúrgica. Contratarla va en contra de cada regla que me impuse después de todo lo que he construido.

No involucrarme con nadie, dentro y fuera del trabajo. No ceder ante mis impulsos. No dejar que la apariencia me nuble el juicio.

Y sin embargo...

Aprieto la mandíbula, y golpeo la mesa con fuerza, haciendo saltar todo lo que hay en ella.

«No fue solo su cara bonita. No fue solo esa maldita sonrisa calculadora ni esos ojos que parecían leer cada uno de mis movimientos» Intento convencerme.

Su currículum era impecable. Su experiencia, su formación, sus recomendaciones... Todo era demasiado perfecto para ser real.

Incluso sin la belleza fuese un problema, su talento es innegable, al menos según lo que dice el papel.

Y es que, eso es lo que quiero, ¿no? Alguien que me iguale y me siga el ritmo.

Aunque, en algún momento me toque enseñarla a quedarse callada.

Me gusta su ambición, sus ganas de hacer lo que sea por obtener el puesto, por defender lo que quiere. Sí, me hace querer estar alerta, al pendiente de ella, pero me hace querer trabajar con ella codo a codo.

Me conviene tenerla aquí. Eso es todo. Eso es lo único que importa y ya tengo que dejar de darle vueltas a mi cabeza.

Me repito las palabras como un mantra, intentando sofocar la incómoda sospecha de que, tal vez, en el fondo, ya sé que esto no es solo una decisión profesional.

Y eso es exactamente lo que me jode más.

Me paro de mi escritorio y camino hacia mi jodido ventanal que da hacia la ciudad de Nueva York. Pague demasiado por esto como para no disfrutarlo.

Me encanta estar aquí, ante los demás eso me hace ser un soberbio porque más de una vez me han dicho que es por ego y por querer sentirme por encima de todo el mundo, para mí, es un escape, una imagen que me da paz en medio del caos.

Me sostengo del cristal, mirando hacia la extensión del Central Park que tengo frente a mí. Y me tengo que reír de mi mismo, por el desliz que acabo de cometer.

«Ten cuidado, Lancaster. No seas idiota». Me recuerdo.

Me ha tomado años reconstruir este imperio. No puedo arruinarlo por nadie y menos, por una desconocida.

Aunque eso sería darle demasiado crédito a la pobre mujer. No por meterme en las faldas de una asistente, todo se va a ir por la borda, pero sí, por involucrarme de más con alguien que me haga perder mi foco, con alguien que no debería conocer.

Agacho la vista hacia la ciudad y la veo.

Veo cómo Valeria se aleja del edificio con paso firme, seguro, como si ya perteneciera a este mundo, a mí mundo y una corriente helada me recorre la columna.

No sé qué mierdas me pasa con ella, no sé por qué me intriga tanto, pero sé que algo tiene…

Algo en ella no encaja. Algo que no puedo señalar aún, pero que me crispa los nervios como una advertencia silenciosa, aunque al mismo tiempo me atraiga al punto de querer sentir que tal suave puede ser su piel.

Cierro los puños a los costados. No llegué hasta aquí por confiar a ciegas en nadie y no son tan idiota como para andar pensando en una mujer que acabo de conocer y que trabajará para mí.

Me aparto de la ventana de golpe, como si la visión de su figura me irritara.

Camino hasta mi escritorio y tomo mi móvil, marco un número que conozco de memoria. Uno que no figura en ninguna agenda oficial.

Después de dos tonos, contesta una voz áspera.

—¿Sí?

—Necesito un informe —digo, directo—. Sobre una mujer, su nombre es Valeria Bradford. Estuvo en una entrevista de trabajo hace unos segundos.

Hay una breve pausa.

—¿Qué tipo de informe?

—Completo —gruño—. Antecedentes, historial académico, vida familiar, cuentas bancarias, relaciones personales, todo. No dejes nada afuera. Quiero todo de ella, incluso hasta con qué sueña cuando duerme.

Otra pausa. Sé lo que está pensando. Que es inusual que yo mismo pida algo así sobre una simple asistente.

No me importa lo que piense, es mi empleado y para eso le pago.

—¿Para cuándo lo necesita? —pregunta finalmente.

—Hoy mismo quiero un avance preliminar. El resto, a más tardar mañana —digo, mi voz tan afilada como un bisturí.

—Hecho.

Cuelgo sin despedirme y me dejo caer en la silla otra vez, mis dedos tamborileando un ritmo frenético sobre la superficie del escritorio.

No voy a arriesgar nada.

Ni mi empresa. Ni mi nombre. Ni mi libertad.

Especialmente por una mujer que desde el primer segundo me ha hecho sentir como si estuviera jugando un maldito juego que todavía no entiendo, aunque finja que soy el dueño de él.

Y si Valeria Bradford cree que puede engañarme, está a punto de descubrir que yo no soy tan fácil de derrotar.

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