Inicio / Romance / El Juego de la Venganza / Capítulo 4. No va a jugar conmigo
Capítulo 4. No va a jugar conmigo

Capítulo 4. No va a jugar conmigo.

POV Alejandro Lancaster

El sonido de mis pasos resuena demasiado para mi gusto, en los mármoles del pasillo mientras me dirijo a mi oficina, arrastrando conmigo la pesadez de otro lunes interminable.

Por donde sea que vaya, todos me miran, todos tienen algo que decirme, que informarme y me fastidia no tener un jodido momento de tranquilidad, desde que pongo un pie en este edificio.

La asistente de recursos humanos, Mery, camina un paso detrás de mí, enumerando asuntos pendientes con su tono eficiente y carente de emociones.

Ha hecho el papel de mi asistente estos días y no está más que aliviada por pronto salir de ello, pero no hay nadie que me convenza, cada asistente que llega no dura más de media mañana en el puesto.

Y sí, puede que cuando se trate de trabajo, yo sea igual o peor de molesto como un grano en el culo, pero también sé que, tampoco existe mucha gente dispuesta a seguirme el paso, ni mucho menos calificada para ello. Y yo, me estoy quedando sin opciones.

Mery es buena, si… pero no lo suficiente, no para trabajar codo a codo conmigo y a mi nivel de exigencia.

—La reunión con los socios de Londres ha sido reprogramada para el viernes. El informe de auditoría estará listo esta tarde. Y… —duda apenas un segundo— Nosotros, en Recursos Humanos insistimos en que pase por la sala de juntas antes de instalarse en su oficina.

Frunzo el ceño.

—¿Para qué?

Ella titubea un instante, lo suficiente para que mi irritación crezca.

—Es sobre las asistentes, señor Lancaster. Ya ha despedido a todas las que entrevistamos, escogimos a las mejores de un grupo selecto que ya aprobaron distintos filtros y esperamos que sea usted quien la escoja.

Contengo un suspiro de frustración, porque no necesito que me recuerden otro fracaso administrativo de su parte.

Aunque quieran dejar ver que soy yo, sé que no es así, porque ellas no han dado con el perfil adecuado.

Hace semanas que buscan contratar a una nueva asistente personal que soporte lo duro que es este trabajo y mi falta de paciencia.

Hasta ahora, todas han resultado un desperdicio de tiempo.

Acelero el paso hasta que llego a la antesala de Recursos Humanos.

Allí me espera, la jefa del área, con una carpeta gruesa en una mano y una mirada que me dice que tampoco está de humor para tonterías de mi parte.

—Señor Lancaster —saluda, con esa rigidez profesional que parece mantener a todos a distancia—. Necesitamos que seleccione a alguien hoy.

La observo, cruzando los brazos sobre el pecho.

—¿No es ese su trabajo?

Ella suspira, cansada. Se le notan las ojeras bajo el maquillaje impecable.

—He revisado más de cincuenta perfiles en los últimos dos meses. Hemos enviado a diez asistentes a su despacho y todas han renunciado o han sido rechazadas en menos de ¿un día?. —Me sostiene la mirada con valentía—. Usted es el problema.

Arqueo una ceja.

—¿Yo? —pregunto, sin sorprenderme del tono que usa.

Esta mujer me vio en pañales y puede hablarme como le plaza, es alguien cercano a la familia, alguien a quien le tengo mucho aprecio, aunque ella quiera pegarme esas carpetas en la cabeza en este momento.

—Sí. Así que... —extiende los folios hacia mí— tendrá que elegir usted mismo. Hay cuatro candidatas esperando en la sala de juntas. Haga una entrevista rápida y decida. Hoy —me advierte—. Necesito a mi asistente conmigo, no con usted.

Me paso una mano por el cuello, frustrado. No tengo tiempo para esto. Ni paciencia. Pero también sé que, si no resuelvo este asunto, seguirán acosándome y obstaculizando mi agenda.

—¿Quién las preseleccionó? —gruño, hojeando la carpeta sin entusiasmo.

—Yo misma —responde con sequedad—. Y créame, no quiero seguir perdiendo el tiempo más que usted.

La cierro de golpe.

—Muy bien —mascullo—. Vamos a terminar con esto de una vez.

Giro sobre mis talones y me dirijo hacia la sala de juntas, maldiciendo en silencio el tiempo que voy a perder con candidatas ineficaces y rostros vacíos.

Espero sonrisas falsas, nerviosismo y una nueva lista de excusas sobre por qué “no soportan la presión” de trabajar para mí.

A medida que me acerco, respiro hondo, preparando mi fachada impenetrable.

Un encuentro más. Una pérdida más de tiempo. Pero necesito descartar a quien no sirva, porque esa si será una pérdida de tiempo peor.

Estoy a escasos metros de la sala de juntas cuando el móvil vibra en mi bolsillo. Saco el dispositivo sin detener el paso y abro el mensaje que viene registrado con el número de la recepción.

"Señor Lancaster, tres candidatas están preguntando por su entrevista individual en la recepción, buscan una cita personal con usted."

Me detengo en seco.

«¿Tres mujeres en la recepción? ¿Una cita personal? ¡Ja! ¿Qué m****a es esta? se supone que todas estarían esperando por mí en la sala de juntas».

Frunzo el ceño, alzando la vista hacia la sala a través del ventanal de vidrio esmerilado.

Solo hay una mujer sentada junto a la mesa, perfectamente erguida, como si fuera dueña del lugar.

Desde aquí puedo notar que tiene una figura esbelta, postura firme.

Me acerco más para detallarla. Trae una blusa blanca impecable, una falda que abraza sus curvas con una precisión casi ofensiva y una chaqueta que le da un aire de autoridad que no espero de ninguna candidata a asistente.

«¿Por qué demonios están las otras en la recepción?».

La respuesta es obvia y me golpea como un mazo. Ella hizo algo.

Un sabor amargo me llena la boca. La furia brota rápido, tan natural como respirar.

«¿De verdad cree que puede jugar conmigo para sobresalir? ¿Para hacerme perder el tiempo con trucos baratos?».

Nadie juega conmigo. Nunca.

Cruzo el pasillo tratando de mantener mi paso silencioso, para que ella no me vea venir, pero se me va la mano cuando abro la puerta con un empujón seco.

Estoy listo para echarla antes siquiera de preguntarle su nombre, pero entonces la veo bien. Y mi furia se estrella contra un muro invisible.

La mujer se sobresalta con mi llegada y aunque intenta disimularlo un poco, fracasa en el intento.

Me le quedo viendo y noto como sus ojos, de un marrón cálido e impenetrable, me sostienen la mirada sin pestañear.

Hay algo en ella, una mezcla peligrosa de belleza, inteligencia y desafío contenido, que me obliga a tragar grueso antes de poder decir una palabra.

«¡Maldición! Contrólate, Alejandro. Siempre ves a mujeres como ella, siempre llevas a tu cama a mujeres como ella, no tiene nada de sorprendente».

Pero la veo bien y sé, que no es la típica asistente buscando un salario fácil. No es una oportunista temblorosa. Es otra cosa. Algo mucho más jodido y mi intuición me lo grita.

Durante un latido interminable, ninguno de los dos habla. Ella alza ligeramente la barbilla, como retándome a decir la primera palabra.

Y yo, Alejandro Lancaster, un hombre que no permite que nadie le robe el control... estoy tardando demasiado en recuperarlo.

Finalmente, arrastro las palabras desde mi garganta seca.

—Vaya… —mi voz sale más áspera de lo habitual—¿Ya se rindieron todas? —tanteo el terreno, para ver qué me dice.

Una media sonrisa se dibuja en sus labios carmesí, tan perfecta como letal.

— Supongo que sabían cuándo no tenían oportunidad —dice, con una calma venenosa que me provoca una punzada incómoda en el pecho.

Me obligo a endurecer la expresión. No pienso dejarme arrastrar por una cara bonita ni por su ingenio.

Aún así, mientras cierro la puerta tras de mí, sé que esto no será una simple entrevista.

No con ella. No con esa mujer que apenas ví lo único que hizo fue causarme intriga y hacerme sentir un idiota con el que puede jugar.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP