POV VALERIA
Cuando la sala queda vacía, cierro la puerta de cristal detrás de mí con un pequeño clic. Ahora el espacio es mío. Mi terreno. Y cuando Alejandro Lancaster entre, no tendrá más opción que verme.
Me acomodo en una de las sillas, cruzo las piernas con naturalidad y dejo mis documentos sobre la mesa. El corazón late en mis costillas, rápido pero contenido. La adrenalina me da filo.
Desde este momento, todo lo que soy, todo lo que he aprendido, todo por lo que he luchado se pone en juego.
Y yo no pienso perder.
Las manecillas del reloj avanzan con lentitud. Cada segundo que pasa parece estirar la tensión en el aire, haciéndola casi palpable.
Me obligo a mantener la compostura, a respirar con calma, a no permitir que la anticipación me traicione.
Después de todo, he esperado años para este momento. No puedo perder el control ahora.
La puerta se abre sin ceremonia y me sobresalto un poco, porque ni siquiera lo oí llegar.
Me sorprendo, porque, por lo que sé de él, es un hombre al que le gusta la fanfarria y sabe hacerse notar a donde llega.
Lo veo…
Alejandro Lancaster. él hombre a quien esperaba, al que más odio en la vida por el daño que nos ha hecho, está parado, repasándome con la mirada.
Es más imponente de lo que recordaba en las pocas imágenes públicas que logré conseguir.
Alto, con hombros anchos bajo un traje oscuro que parece hecho a medida para su cuerpo poderoso. El cabello, peinado a la perfección hacia atrás, y sus rasgos, duros, cincelados, podrían haber sido esculpidos en mármol.
Pero lo que verdaderamente me atrapa es su mirada.
Fría. Calculadora. Insoportablemente intensa. Tengo que controlar las ganas intensas que tengo de írmele encima y golpearlo por lo maldito que es.
Sus ojos verdes me estudian de un solo vistazo, como si ya me estuviera evaluando, como si ya supiera más de mí de lo que yo quisiera.
Y, aun así, no aparto la vista.
Si esto es un juego de poder, yo no voy a ser quien desvía la mirada primero.
Se toma un segundo. Solo uno y luego, sus ojos recorren la sala, notando la ausencia de las otras candidatas.
Su ceja izquierda se arquea apenas, un gesto sutil que no muchos captarían, pero yo sí.
—Vaya —dice con una voz grave, llena de un tedio cuidadosamente disimulado—. ¿Ya se rindieron todas?
Su tono es irónico, casi divertido. Pero hay algo más, algo afilado y curioso debajo de su pregunta. Le doy la más leve de las sonrisas, una que no revela demasiado, cumpliendo mi papel.
—Supongo que sabían que no tenían oportunidad —respondo con una calma medida.
Por un instante, sus labios se curvan apenas en una media sonrisa que no llega a sus ojos.
«¿Diversión? ¿Intriga? ¿O un primer atisbo de respeto?».
No importa. Lo importante es que he captado su atención.
Cierra la puerta tras de sí con un movimiento lento y deliberado, luego se acerca, sin prisa, como un depredador que no teme a su presa. Se sienta en el extremo de la mesa, a pocos metros de mí, sin abrir carpeta alguna, sin tomar notas.
Esto no es una entrevista normal. Esto es una evaluación. Una medición de fuerzas.
Dejo que el silencio se acomode entre nosotros. No me apresuro en hablar. Quiero que sea él quien sienta la necesidad de romperlo.
Finalmente, lo hace.
—Nombre. —Ordena, sin más.
Acaricio la carpeta sobre mis piernas antes de contestar.
—Valeria Bradford —miento con naturalidad.
Él asiente apenas, pero sus ojos no se apartan de los míos, midiendo cada palabra, cada gesto, cada mínima reacción.
—¿Experiencia? —pregunta de forma seca, casi desinteresada, aunque sé que no lo está.
Recito la historia que he memorizado, los trabajos ficticios, los títulos que tengo realmente, las habilidades cuidadosamente diseñadas para el perfil que Alejandro necesita cubrir, aunque sé en mi fuero interno que estoy más que calificada para esto, incluso, para su propio puesto.
Mientras hablo, veo cómo su expresión cambia apenas. Cómo su mente trabaja, analizando, filtrando información, dudando.
Finalmente, cuando termino, él se reclina en la silla.
Cruza un tobillo sobre la rodilla contraria y apoya una mano en el respaldo, estudiándome con esa intensidad suya que parece capaz de desarmar a cualquiera.
—Tienes un perfil interesante, señorita Bradford —dice, arrastrando ligeramente las palabras—. Demasiado interesante.
Me obligo a no tensarme, a mantener la sonrisa tranquila.
—¿Eso sugiere algún problema, señor?
Él se pone de pie y camina en mi dirección, ocupando un asiento mucho más próximo al mío, se inclina, acercándose apenas, pero lo suficiente para que su voz se vuelva un susurro cargado de algo más peligroso que simple profesionalismo.
—No necesariamente. Pero tengo la sensación de que usted no está aquí solo por un trabajo, llámele intuición.
Un estremecimiento recorre mi columna, pero lo disfrazo con una inclinación de cabeza.
—Estoy aquí para ofrecerle mis capacidades, señor Lancaster. Usted necesita una empleada y yo, un puesto de trabajo con un sueldo competente. Sencillo —me encojo de hombros.
—Y entre sus habilidades, supongo que está, el manipular a mis otras candidatas para que se marchen —menciona con un destello de humor seco en los ojos.
Mi corazón late con fuerza esta vez, al verme descubierta, pero le mantengo la mirada.
Trago grueso, pero sé que debo mantenerme firme. Él ya ha descubierto lo que hice y a pesar de eso, aun sigo aquí, no me ha echado y sigue conversando conmigo, cosa que me hace creer que mi jugada, para alguien tan nefasto como él lo que hizo fue darme un punto a mi favor, un voto de confianza.
—Incluye hacer lo que sea necesario para demostrar mi valor y lo que soy capaz de hacer para obtener lo que deseo —respondo suavemente.
Alejandro sonríe, esta vez de verdad, aunque la sonrisa es tan afilada como una navaja.
—Me gusta la gente con agallas, Valeria. Pero recuerde, aquí, cada movimiento tiene un precio, una consecuencia.
Se pone de pie, ajustándose el puño de la camisa como un gesto mecánico.
—Recibirá una llamada esta tarde. Si es que decide quedarse a jugar conmigo, pero le advierto, que el amo del juego soy yo y aquí, mis reglas se respetan.
Camina hacia la puerta sin darme otra mirada. Antes de salir, se detiene apenas un segundo.
—Bienvenida a Lancaster Enterprises —dice en voz baja, casi como una advertencia.
Y entonces desaparece, dejándome allí, con la adrenalina burbujeando en mis venas y la certeza absoluta de que acabo de cruzar una línea de la que no hay retorno.
Y sé, que el juego ha comenzado.