Fernando fue dado de alta al amanecer. El cielo de Houston se teñía de un naranja suave cuando Ángela llegó al estacionamiento de la clínica en su Audi negro, el motor ronroneando como un secreto compartido. No era una visita cualquiera; había insistido en recogerlo personalmente. Vivían juntos en la mansión Solano, una decisión que Fernando había tomado al Carla fingir su muerte, "para no estar solo", le había dicho. Pero Ángela sabía que era más: una dependencia emocional que ella cultivaba con precisión, por órdenes de Gabriela, aunque los sentimientos empezaban a complicarse.

Ángela salió del auto, vestida con un vestido ligero de lino azul que se adhería a sus curvas con la brisa matutina, el cabello castaño suelto en ondas que caían hasta su cintura. Sus tacones bajos resonaron en el asfalto mientras se dirigía a la entrada, donde Fernando la esperaba con una pequeña maleta al lado. Él estaba de pie, camisa holgada azul abierta en el cuello, pantalones cómodos grises que ocultab