El salón estaba casi listo. La decoración en tonos marfil y dorado cubría cada rincón, los arreglos florales perfumaban el ambiente, y las luces cálidas daban un resplandor mágico. Valentina recorría el lugar con los brazos cruzados sobre el pecho, sintiendo una mezcla de emoción y ansiedad. Todo estaba saliendo según lo planeado.
—Se ve hermoso, ¿verdad? —preguntó su madre, mientras ajustaba los últimos detalles del vestido, alisando con delicadeza la tela blanca.
Valentina asintió con una sonrisa temblorosa, sus manos aferrándose al borde de su falda como si necesitara anclarse a algo.
—Sí… Es perfecto —susurró, dejando que su mirada recorriera su reflejo en el espejo.
El vestido caía con una elegancia etérea, ajustándose a su figura de manera impecable. Las delicadas aplicaciones de encaje parecían bordadas con hilos de luna, y el velo traslúcido le daba un aire casi irreal. Pero lo que más la conmovía no era el vestido en sí, sino el significado detrás de él.
—Estoy muy feliz, aun